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Relato De Sangre Y Miedo 10

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Capitulo N°10- "Inconvenientes"



El incidente al que Deimon había dado inicio, causó un gran revuelo en las oficinas de la fiscalía y en todo Manhattan. Él se encontraba internado en grave estado y aunque daba lástima y había generado conmoción en muchos, Verónica no pensaba lo mismo.

Hospital

 Al chico le dieron diez puntos alrededor de su cuello. Por suerte, o mal pulso, no se había cortado las cuerdas bocales ni la vena más importante, cosa que habría bastado para que se desangrara incluso antes de que su vecina lo encontrara. Estaba vendado, conectado a un respirador y a varias máquinas que sostenían su existencia.
 Vincent y Verónica estaban en la sala, el general a pedido de la investigadora, quien le solicitó su compañía.

—¿Que se sabe de él?—preguntó la mujer mirándolo.
—Nada —respondió firme.
—¿La familia?
—Al parecer no tiene, vive solo y nadie hizo reclamo alguno. La noticia está en todas partes, si hubiese alguien que se preocupase por él hubiese aparecido, pero no, el chico está solo.

Verónica no le quitaba la mirada de encima.
—¿No había nadie con él cuando lo encontraron?
—Negativo, el apartamento estaba vació, intentó suicidase. Si su vecina no lo hubiese encontrado estaría muerto.
—Al parecer tenemos a uno, general—sonrió la mujer—. Sólo que él vino a nosotros—se regocijó—. Fue bastante fácil, esperaba más complicaciones a decir verdad.
—¿Cree que él es uno de los asesinos?
—No puedo estar segura pero la posibilidad es grande. Estaba en el mismo apartamento del que se escapó la última vez, el lugar mostraba evidencia de pelea, seguramente no estaba solo, además, encaja perfectamente con el perfil del asesino que buscamos, adolescente perturbado, solitario, sin familia ni amigos... Aunque dudo que haya querido suicidarse sin motivo alguno—dijo pensativa—. Siempre hay un porqué. El de este caso, lo quiero averiguar. Podría llegar a servir para encontrar a los demás.
—¿Con qué evidencia podemos arrestarlo? —indagó el general.
—Podríamos pedirles a los padres de Melanie que la trajeran para identificarlo—pensó la mujer—. Si es él, ella lo dirá y eso es más que suficiente para que se pudra por años en la cárcel.
—¿Y para qué quiere investigar la supuesta pelea que tuvo previamente a su desafortunado accidente?
—Por eso mismo. Esa pelea es la causa de que se encuentre aquí, de que se quisiera suicidarse—expresó ella muy motivada—. Si fuera por él, nos ahorraba ese trabajo, ¡pero su vecina lo encontró justo a tiempo!—exclamó contenta—. Si es él, no dejaré que se mejore y se vaya a casa sin más, no dejaré un loco suelto, el mundo ya tiene bastantes.

Vincent respiró profundo.

—¿Ahora qué?
—Ahora haremos lo siguiente: el chico se mejorará, cuando esté consciente y tenga la facilidad de valerse por sí mismo, la niña lo identifica y si es él, se lo juzgará como es debido—dijo—. Si es inocente, lo dejaremos seguir con su vida, pidiéndole disculpas por el malentendido—finalizó—. Puede darles una la semana libre a sus soldados, no será necesaria sus intervenciones. Sé que este trabajo en más de una ocasión resulta agotador. Dígales que hasta el jueves siguiente no tendrán nada mejor que hacer que pasársela en casa. Sólo necesitare de usted para continuar con este caso.

La mujer tomó la mano de Deimon y la observó atentamente.

—¿Qué hace?—preguntó Vincent siguiéndola con la mirada.
—Tiene la mano pesada, va a estar inconsciente unos cuantos días más…—reflexionó—Seis, siete máximo. Mientras tanto, quisiera ver el caso del tercer asesino, al que creen caníbal.
—Sería él.
 La mujer observó nuevamente al chico con atención y lo dudó.
—¿Él? No lo creo.
—¿Cómo saberlo?

La mujer se puso un guante de látex en ambas manos y se acercó al joven. Le quitó la mascarilla de oxígeno y le revisó la boca.

—¿Puede decirme que hace? ¿Qué le pasa? ¿Quiere matarlo?—preguntó más alarmado el general, que no entendía como se atrevía a quitarle el oxígeno.
—¿Ve? Él no es caníbal. Observe sus dientes, están bien cuidados y en estado normal.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Un ser que se alimente de carne tiene dentadura distinta, algo más adaptada por así decirlo, a lo que come. Los animales salvajes forman sus dientes gracias a su alimento, nunca traté con un caso de canibalismo pero creo que sería algo normal en uno ciertas características que este individuo particularmente no presenta.

Vincent la miró sorprendido por la observación y se sentó a un costado. Verónica le colocó al paciente nuevamente su mascarilla y tiró los guantes a un cesto de basura.

—Entonces, él sería un adolescente perturbado que mata porque...—dijo, alargando la última sílaba, indicando que era una pregunta.
—Eso no lo sé aún, general, ¡no conozco en absoluto el entorno de la vida del joven! Necesitare tiempo para eso, para lo cual me dedicaré a ir al apartamento del muchacho e intentaré sacar algo de allí.
—¿Que sugiere que haga yo?
—Usted le dará la semana libre a sus soldados y vendrá conmigo al edifico para recolectar información, evidencias y muestras de sangre que den alguna pista para algo.

El general volvió a su oficina y les dio la noticia a Marceline, Marshall y Finn, que eran los más pendientes del caso. Les dejó en claro lo ocurrido y les dio permiso de retirarse.
 Los tres fueron a la casa de Finn para ver qué hacer con una semana de vacaciones ya que prácticamente vivían en aquellas oficinas, se podía decir que no tenían vida fuera de ellas.
Quedaron en salir a cenar todos juntos, con Fionna, claro.
Irían al restaurant alrededor de las ocho de la noche.


 Eran las cuatro de la tarde y Vincent estaba bajo el mandato de Verónica, cosa que no soportaba pero no cuestionaba ya que el caso había avanzado notablemente gracias a ella.
 Fueron al apartamento ellos y Bárbara. La joven mujer tomaba apuntes de todo y estaba pendiente de la investigadora, quien sacaba fotografías a cada mancha que encontraba.
 Habían varias manchas en diversos tonos, lo que mostraba que no todas habían sido causadas esa noche, sino que anteriormente también había ocurrido algo.
 Encontraron sangre mucho más fresca la cual era de él, pero cerca de la cocina había otra mucho más espesa. La investigadora limpió un poco con un hisopo y lo colocó en una bolsa individual de plástico.

—Hagan un análisis de está sangre, estoy segura de que es de la persona responsable del incidente de nuestro amigo.

Bárbara tomó la bolsa y la guardó en un bolso. La investigadora se dirigió a la habitación del joven y a diferencia de la otra sala, ésta se encontraba en perfecto orden y no mostraba nada fuera de lo normal.
Revisó los cajones de la mesa de luz y no halló más que un perfume y una caja típica en la que una señora guardaría sus joyas. La abrió y encontró gran cantidad de cosas: collares, pulseras, aros, cadenas, anillos, todos eran objetos personales, tanto de hombre como de mujer.


 Verónica sonrió. Era él, estaba segura. 
Aunque un montón de objetos se lo aseguraban, sabía que necesitaría algo más  para convencer al juez. La mujer cerró bruscamente el cajón, lo que hizo que cayera lo que era un cuadro de madera que enmarcaba una foto, donde se retrataban a dos niños, un pequeño de ocho años, cabello castaño, de ojos claros y una niña rondando los siete años de edad, de cabello oscuro, largo y unos ojos verdes que se resaltaban.
 La investigadora observó atentamente la fotografía, tratando de descifrar algo sin conseguirlo.

—¿Encontró algo? —Preguntó Vincent que entró rato después a la habitación.
—Mire esto.
 La mujer le mostró la caja y todo su contenido, a lo que el general puso cara rara.

—Y esto—añadió, entregándole en mano la foto.
 El general reconoció rápidamente a su prima cuando era aun una niña.
—Ella es mi prima, el chico debe ser su amigo—explicó el hombre—. Se conocen desde hace tiempo.
—¿Amigos? ¿Y cómo era su relación? —indagó la mujer atenta.
—Pues,  buena, supongo—respondió el general—. Se conocen desde pequeños, siempre anda con él.
 
 Verónica miró nuevamente la foto y la dejó en su lugar.
—Necesitare hablar con su prima—dictaminó ella—. Debe estar preocupada por su amigo. Me serviría de algo charlar con ella—dijo—. ¿Podría pedirle que viniera a mi oficina mañana por la tarde?
—De acuerdo.

Estaban a punto de irse del lugar cuando se dieron cuenta de que aun les faltaba una habitación: el lavadero.
 Al bajar, no encontraron nada fuera de lo normal, solo ropa sucia. Les sorprendió ver un segundo baño allí. Había una mesa plegable y una cama. El lugar estaba sucio y descuidado pero no hallaron nada anormal.
 Iban a salir ya del lugar para ir al laboratorio a encargar los análisis de la sangre cuando Bárbara vio algo que le llamó la atención. Una finísima cadena, con un precioso diamante como dije. La joven se lo mostró a sus mayores de inmediato, quienes no tardaron en notar que era de un muy considerado valor.

—Es de oro—dijo—, y dudo que el diamante sea falso. Lo llevaremos, quizá obtengamos alguna huella digital.

Más tarde, Bárbara iniciaba los análisis, Verónica releía los archivos adjuntos que había logrado que Vincent no escondiera, y el, llamaba a su prima a pedido de la investigadora.  Como lo esperaba, su tío le reclamó una visita ya que hacía años que no se veían, pero al mencionar a Yesyca, la conversación cambió de tono:

—Yesyca no está, no ha vuelto a casa—le respondió Fabricio—. Hace cuatro días no la vemos.
—¿Cuatro días? —repitió Vincent extrañado—. ¿Adónde fue?
—A la casa de una amiga, dijo que pasaría con ella tres días y no volvió—le comunicó su tío con amargura—. Pero está bien, quédate tranquilo.
—¿Que me quede tranquilo? —se exasperó Vincent—. Tío, hay un demente suelto ¡¿Y tú pensando que ella está bien?!
—¡A mí no me levante el tono de voz, don general! —le recriminó su tío desde el otro lado de la línea telefónica— ¡Yo no soy uno de tus soldados de juguete!
 Vincent se refregó la frente con la mano ante la mofa de su tío.
—Yo sé que ella está bien—le reiteró Fabricio—. Tanto tú como yo conocemos bien a Yesyca, no es nada tonta y sabe cuidarse sola, debe estar disfrutando de la vida, ¡no como tú que te dedicaste a la milicia y todas esas cosas que matan el alma y los sueños! —le gritó.
—Tú y tus ridiculeces hippies…—se quejó Vincent—. Yesyca fue secuestrada hace nada más esos cuatro días y medio, ¡de milagro no le ocurrió nada! ¿Y ahora que no regresa a casa te atreves a decir que "está disfrutando de la vida"?
—Eso mismo—respondió Fabricio sin inmutarse—. Si tanto te preocupa, ve a buscarla. No debe estar lejos, me avisas cualquier cosa—le dijo sin preocupaciones—. Y a ver cuando te pasas por aquí —le volvió a recamar antes de cortar.

Vincent se quedó con unas cuantas palabras en la boca, pero no insistió llamando otra vez, en cambio, intentó comunicarse directamente con su prima, llamándola a su celular.

Mansión Edgewood

Erika no estaba de humor ese día. Kioyu había desaparecido toda la tarde y Yesyca estaba insoportable. La muchacha estaba centrada en dos temas principales, los cuales daban vueltas y vueltas en su cabeza: Deimon y Kioyu.
 Que esto no se malinterprete, Yesyca no estaba confundida con respecto a sus emociones, ella tenía bien en claro lo que sentía, pero ahí está el problema: lo que sentía.

 Deimon, su mejor amigo, el único con el que contaba, le había mentido. El dolor provocado por el desengaño abrió en ella una herida que sangraba al recordar los buenos tiempos vividos junto a él, los cuales pasaron a valer nada luego de todo aquello.
 Pensar que él había estado para ella y ella para él todo ese tiempo, eran el uno para el otro, la típica historia de los mejores amigos que se querían en secreto, sosteniendo una relación tierna y dulce, la cual se perdió en cuestión de minutos nada más. A Yesyca le bastaron segundos al enterarse del oscuro secreto de su amigo para alejarse de emoción alguna antes sentida. Pensar que creía que él era el único que la entendía, el único que de verdad había logrado establecer con ella un vínculo verdadero, el primero en hacerla sentirse atraída por alguien. Por lo menos hasta ese entonces.
 Luego estaba Kioyu, un joven millonario que a penas la conocía pero que, desde aquella noche de lluvia y frío, la atrajo de manera incomprensible, ¡a ella, que se caracterizaba por no tener sentimiento alguno hacia nadie! Aquel muchacho de ojos claros, de buenos modales y poseedor de una moral tan correcta como enfermiza al mismo tiempo, la había atrapado en sólo cuestión de días entre esos aires arrogantes y a la vez dulces que solía tener con ella. No sólo la traía arrastrando a Yesyca, a su hermana, Erika, también la tenía algo atontada. Estos sentimientos encontrados eran causa de un combate interno constante entre ambas.

 Esa tarde, Yesyca se la había pasado perdida en sus pensamientos con respecto a todo aquello. Para distraerse, decidió encender el televisor, cosa que no fue muy buena idea. Lo primero que vio fue la noticia del día.


Nuevo intento de suicidio
Joven de diecisiete años intenta suicidarse en su apartamento. Una vecina lo encontró justo a tiempo para salvarle la vida. Actualmente se encuentra hospitalizado en el hospital central, siendo su estado muy delicado.


La chica no lloró, sintió deseos de hacerlo, pero algo dentro de ella no se lo permitió.

“—¿Tanto te dolió saber todo eso?”
le preguntó Erika interiormente. Ella podía sentir la mezcla de odio, tristeza y resentimiento que corroía por dentro a su hermana con tan solo oír o pensar el nombre del chico.
“—Sabes lo importante que era para mí. No me mató, pero la parte que lo quería sí murió ayer…”
“—¿Tú crees, hermanita? ¿Estás segura?”
 
 Yesyca guardó silencio. Erika no volvió a decirle nada.

 Oportunamente, para romper ese tóxico silencio, el celular de Yesyca comenzó a sonar.
Era un número desconocido, no registrado. La chica aclaró su garganta antes de atender.

—¿Sí?
—¿Yesyca? ¿Dónde estás? —la atacó una voz masculina.
—¿Vincent? —preguntó Erika al reconocerlo.
—En efecto—asintió él, sin paciencia—. Respóndeme, ¿dónde estás?
—¿Por qué quieres saberlo? ¿Ocurrió algo?
—No ha ocurrido nada, pero tu tío no sabe dónde estás y me preocupé por su extraño desinterés en el asunto.
—Que tierno de tu parte—le dijo su prima, fingiendo conmoverse—. Estoy bien, no te preocupes.
—No me has respondido, Yesyca—insistió Vincent—. ¿Dónde estás y por qué no volviste a tu casa?
—¡Que denso! —se quejó la chica para hacer tiempo a pensar en alguna mentira—. Sigo en lo de mi amiga. Me quise quedar unos días más, llamé para avisar pero nadie atendía el teléfono y me quedé de todas formas.
 
 Vincent suspiró.
—Creerte sería muy tonto de mi parte—le dijo, asustándola un poco—. Pero no tengo tiempo para desenmascararte, hay algo más importante que eso, así que escucha—le dijo con voz más calma—. No sé si te tomaste el tiempo de ver las noticias y enterarte de que tu amigo está en el hospital—empezó—. La investigadora que trabaja en este caso quiere hacerte unas preguntas. Debes presentarte mañana en las oficinas de la fiscalía.
 Yesyca se tensó.
—¿Debo? ¿No tengo opción? —preguntó Erika entre curiosa y desafiante por sobre su hermana.
—No—respondió él, seco, áspero—. Es una orden. Y las órdenes se obedecen.
—Haga memoria y recuerde con quien habla, general—lo desafió Erika.
—Vamos, Yesyca. Son dos o tres preguntas protocolares y te dejará ir. Si no vienes, ella te buscará, y aquí entre nos, no es conveniente que hagas que Crespo te persiga.
—¿Crespo? ¿Qué tipo de nombre es ese? ¿No era una investigadora, es decir, mujer? —preguntó ella desviando el tema de la conversación.
—Crespo es su apellido. Se llama Verónica—le informó—. Y no es nada simpática.
—¡Que coincidencia, puede que nos llevemos bien! —exclamó, contenta.
—Basta de tonterías, Yesyca—le cortó su primo—. Te espero aquí mañana a las cuatro de la tarde. Si sabes lo que te conviene, fingirás tener algo de humildad y te presentarás sin mucho más teatro. Nos vemos.

 

 La llamada terminó con esas indicaciones y advertencias y Yesyca se quedó con el celular pegado a la oreja. Sintió una fuerte presión sobre su pecho, un nudo en la garganta y un ardor horrendo en los ojos, producido por las lágrimas que se esforzaba por contener. No quería pensar en Deimon, la orden de tener que hablar con una investigadora le dio miedo, cierto tipo de paranoia y muchos nervios. La abrazó la desesperación y sintió como si se volviera loca.
 Lloró, lloró a pesar de no querer hacerlo, lloró aunque le molestara admitirse a sí misma que fingir no sentir nada por nadie no había funcionado. ¡Sí sentía! Había sentido amor por Deimon y ahora un dolor descomunal la doblaba en dos, un miedo inconfundible y a la vez irracional la rasguñaba sin piedad y la paranoia la consumía.

Erika, dejando de lado la mala comunicación que tenían entre sí, se preocupó por su hermana. Aunque compartían cuerpo, cada una poseía mentalidad distinta, y sin embargo podía sentir lo que ella. Pero no pudo hacer nada para ayudarla. Yesyca seguía llorando sin consuelo contra los almohadones de ese lujoso sofá, golpeándolos de vez en cuando, reclamándose interiormente una y otra vez su poca resistencia ante las emociones que la hacían humana. 

Aca taa! bueno emmm,perdon por tardar,es que,nose xD en el próximo,espero llegue rápido...-dos años después- Nahh mentira xD ya tengo pensado lo que va a pasar en  el siguiente :33y ahora mismo estoy mirando el partido de Argentina/Bosnia ,no me interesa el futbol pero cada cuatro años me sale el patriotismo del alma :') xD espero les guste! capitulo 110 de no se cuantos,y le saque el "creepypasta HDA" xq es muuy largo,y porque con leer lo poco que escribí ya saben que es mi fic x3 Suerte! espero les guste,y gracias a los que den fav :'D
bY: PelU =3
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Comments7
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KhristophG4's avatar
Seguramente, la cosa se pondra interesante cuando Yesyca vaya a la oficina de Vincent....